viernes, 27 de marzo de 2015

Grandes clásicos de la literatura infantil y juvenil

No creo que exista un consenso generalizado en lo que debe entenderse ni por clásicos ni por literatura infantil y juvenil. Sin embargo, a nadie chocará que se incluyan los cuentos de los hermanos Grimm, Las aventuras de Alicia, Pinocho o Peter Pan. Lo que ofrezco aquí es una selección de obras que podría ampliarse para dar cabida, por ejemplo, a poemas de Rubén Darío como Sonatina o A Margarita Debayle. También podría incluir títulos más recientes como La historia interminable, la saga de Harry Potter o las divertidas novelas de Christine Nöstlinger. Sin embargo, aquí se muestran lecturas que han entretenido a millones de lectores jóvenes y adultos desde el siglo XVIII.
Las obras reseñadas son:

- Fábulas literarias, Tomás de Iriarte, 1782.
- Las aventuras del Barón de Münchhausen, G. A. Bürger, 1788.
- Cascanueces y el rey de los ratones, E. T. A. Hoffmann, 1816.
- Cuentos, Jacob y Wilhelm Grimm, 1819.
- Cuentos, H. C. Andersen, 1835-1872.
- Las aventuras de Alicia, Lewis Carroll, 1865, 1871.
- Pinocho, Carlo Collodi, 1882.
- El mago de Oz, Frank L. Baum, 1900.
- Peter Pan, James M. Barrie, 1904-1911.
- El viento entre los sauces, Kenneth Grahame, 1908.
- Platero y yo, Juan Ramón Jiménez, 1914.
- El principito, Antoine de Saint-Exupéry, 1943.

Iriarte, Tomás de, Fábulas literarias (1782) , ed. Magisterio español, Madrid, 1980. Edición de Carmen Bravo-Villasante.

Clásico español del siglo XVIII, es de lo poco que se sigue leyendo de un periodo tan denostado, no siempre justamente, en la historia de la literatura española. Este es, como muchos otros, un libro no específicamente destinado al público infantil. Lo pueden leer niños y mayores por igual. Según sea la fábula, se entenderá más o menos la enseñanza del autor.
Hay algunas que todos habremos leído y escuchado infinidad de veces, que se han incluido en prácticamente todos los libros de texto de lengua del colegio, como la fábula del Burro flautista: Cerca de unos prados / que hay en mi lugar / pasaba un borrico / por casualidad... o la de Los dos loros y la cotorra, con su memorable final: ¡Vaya, que los loros son / lo mismo que las personas! Algunas se han convertido en proverbiales, caso de Los dos conejos, parados a discutir si los persiguen galgos o podencos.
Los consejos que pretendía Iriarte son literarios; pero la fuerza de sus fabulas es tal que muchas, como la de los conejos y su moraleja (No debemos deternernos en cuestiones frívolas, olvidando el asunto principal), trascienden el estrecho ámbito de las consejas literarias y las rencillas entre escritores de la época.
Seguramente, este libro sea mejor leerlo en edición ilustrada para niños. Las fábulas son las mismas y se gana en colorido y variedad. No son poesías especialmente sublimes, ni lo pretenden. El ideal de Iriarte, como buen ilustrado, era el de enseñar deleitando, y lo consigue con creces.


Bürger, Gottfried August., Las aventuras del Barón de Münchhausen, ed. Alianza, Madrid, 1998. Trad. e introducción: Miguel Sáenz. Ilustraciones: Gustave Doré.
Münchhausen, 1788.

Consisten estas aventuras en una serie de batallitas sumamente fantasiosas. Aclara la introducción que algunas de ellas puede que se basen en las que contaba el auténtico Münchhausen, soldado alemán de la época (mediados del XVIII). No es, pues, una novela, sino una sucesión de relatos con el mismo protagonista.
Algunos de los pasajes son muy célebres, como el del barón montando balas de cañón o el de cómo sale de un lago tirando de su propia coleta. Al menos una de las historias, la del capítulo XI: Sexta aventura marina, está basada en uno de los cuentos que posteriormente transcribirían los hermanos Grimm, el titulado Los seis criados.
Los relatos de Münchhausen, bellamente ilustrados por Gustave Doré, se leen hoy, me parece a mí, con desigual gusto. Abundan las escenas de caza y de matanza de animales, algunas con imágenes tan grotescas como un oso que explota desde dentro o un zorro al que le tira de la piel hasta volverlo del revés. El paso del tiempo ha transformado eso de gracioso (si es que lo fue) a desgraciado, al menos en un mundo con tantos animales en peligro de extinción y para no amantes de la caza. Asimismo, las narraciones de guerra son algo descarnadas. Para empezar, el Barón aparece luchando en Gibraltar del lado inglés y rebanando de un solo tiro de cañón seis cabezas españolas... Qué decir. Supongo que los extranjeros mostrarán menos desagrado hacia estas batallitas, o esa en concreto, que nosotros.
Con todo, es un puñado de cuentos entretenido que han disfrutado muchas generaciones de jóvenes y adultos y pueden seguir haciéndolo con el valor añadido de la constatación de cómo ha cambiado el mundo, la mentalidad, desde el XVIII hasta nuestros días.


Hoffmann, Ërnst Theodor Amadeus, Cascanueces y el rey de los ratones, ed. Espasa-Calpe, Madrid, 1981. Trad. C. Gallardo de Mesa. Ilustraciones: Karin Schubert.
Nussknacker und Mausekönig, 1816.

La acción de este cuento de Navidad se inicia un 24 de diciembre con los hermanos Federico y María recogiendo sus regalos del abeto navideño que adorna el salón de su casa. María se encariña del feo Cascanueces, al que adopta y al que defiende del ataque del horrible rey de los ratones, un monstruo con siete cabezas. Al caer la niña enferma, su padrino Drosselmeier le cuenta la historia de la rivalidad entre Cascanueces y el rey de los ratones: un cuento insertado en este cuento con la búsqueda de la nuez Kracatuk por el mundo. De vuelta al presente, Cascanueces logra derrotar al rey de los ratones y lleva a la niña a visitar el reino de las muñecas con sus ríos de naranja y de limón, la patria del Guirlache, el país de los Bombones, el pueblo de Mermelada, etc., etc.
Ese es el resumen del relato de Hoffmann. Por internet hay otros que a María la llaman Clara y el argumento es ligeramente distinto porque toman como base el libreto del ballet de Chaikovski, El Cascanueces, una de sus obras más conocidas. Especialmente recordadas son sus piezas "Danza del hada de azúcar" y el "Vals de las flores". Existen muchas grabaciones, algunas tan buenas como esta de Karajan y la Filarmónica de Viena.


Grimm, Jacob y Wilhelm, Cuentos, ed. Magisterio español, Madrid, 1977. Trad. e introducción: Bernd Dietz.
Kinder- und Hausmärchen, 1819.

Muchos de los cuentos más conocidos por todos se encuentran entre los recopilados por los hermanos Grimm. Son los eternos Hansel y Gretel, Pulgarcito, Caperucita Roja, La Cenicienta o Blancanieves entre otros. Pero hay muchos más cuentos que estos. En la edición que preparó Bernd Dietz para la editorial Magisterio español, seleccionó cuarenta relatos entre los que no incluyó aquellos adrede, como señala en el prólogo, por ser sumamente conocidos y accesibles.
Estos cuentos son la base de gran parte de lo que se entiende hoy por género fantástico. Gran parte de los elementos que cobrarían nuevo auge a partir de las novelas de Tolkien se encuentran ya en las historias recogidas por los Grimm en la misma zona geográfica, más o menos, en la que surgieron las sagas mitológicas germánicas de Sigfrido, los nibelungos, valquirias, dragones y demás. 
Aquí los personajes corrientes son reyes poderosos, princesas encantadas, gigantes, príncipes valientes, demonios, ángeles, el mismo Dios, la Muerte, brujas, personas con poderes extraordinarios y pueblo llano en forma de sastres, zapateros, posaderos, molineros y otros. Aparecen objetos como capas de invisibilidad, anillos de los deseos, agua de la vida, plantas que curan cualquier enfermedad, botas transportadoras... Hablan lobos, zorros, cuervos, dragones... Fórmulas como "érase una vez" o "fueron felices y comieron perdices" son habituales. Es decir, son los cuentos por antonomasia: lo primero en lo que cualquiera pensaría al escuchar esa palabra.
Merece la pena releer los conocidos en su versión pura, sin edulcorar o adulterar en alguna de las infinitas versiones a las que han sido sometidos; y merece también la pena leer las historias menos conocidas en su absurda simpleza, su final truncado, su infantilismo o su enredo inverosímil. Forman parte de la cultura no ya alemana, sino universal; por lo menos, española. Volver a las raíces puede deparar sorpresas: ni todos los cuentos son para niños ni muchos son exactamente como los recordamos.

Andersen, Hans Christian, La sombra y otros cuentos, ed. Alianza, Madrid, 1995. Trad. Alberto Adell. Introducción: Ana María Matute. Ilustraciones: Vilhem Pedersens.
Eventyr og Historier, 1835-1872

Algunos cuentos de Andersen son sumamente conocidos y muchos han sido adaptados al cine o la televisión, normalmente en forma de dibujos animados. Sin duda, el más conocido por esta circunstancia es La sirenita. Sin embargo, este autor escribió unos 170 cuentos, muchos de los cuales son casi desconocidos para el lector español. Esta antología, agudamente introducida por Ana María Matute, recoge unos cuantos de esos relatos ignorados, como La sombra o el último del libro: Una historia de las dunas, cuento largo de corte realista, no destinado a niños. Pero sobre todo, reúne cuentos más o menos conocidos, algunos entre los más populares del autor como El encendedor de yesca, La princesa y el guisante, El traje nuevo del emperador, El firme soldado de plomo, El ruiseñor o La cerillera.
Andersen escribió cuentos como nadie. Su estilo, mezcla entre popular y fantástico, atrapa. Sus descripciones, cortas, son sumamente evocadoras. Es capaz de decir mucho con muy pocas palabras, lo cual no es tan sencillo como pudiera parecer. Leemos en La princesa y el guisante: El agua chorreaba por sus cabellos y vestidos y le entraba por la punta de los zapatos y le salía por los talones. No hace falta más.
El patito feo, V. Pedersen
Por otra parte, estos cuentos, incluso dentro de la sensiblería de algunos, no desdeñan temas "poco infantiles" como el paso del tiempo, la vejez, la muerte por amor, la crítica de la hipocresía, la soberbia, la superficialidad, la injusticia, etc. Precisamente, la mayor virtud del autor radica en cómo es capaz de criticar estos vicios sin sermones; simplemente mostrando las acciones y palabras de los personajes y dejando que sean ellos solos los que se califican ante los ojos del lector; o mejor dicho, que sea el lector el que los juzgue, si quiere. Esto lo puede entender un niño, pero mejor lo entenderá un adulto y es por eso que los cuentos no solo se leen en ediciones infantiles. El que abre esta edición, La sombra, es un relato de tema sumamente complejo sobre la pérdida de la personalidad que, desde luego, nada tiene de infantil. Su construcción es, asimismo, muy elaborada, ya que el final es una inversión casi exacta del principio.

Andersen, H. C., Cuentos de Andersen, ed. Juventud, Barcelona, 2000. Trad. Alfonso Nadal. Ilustrado por Arthur Rackham.

Si hay un ilustrador para Andersen, ese es el inglés Arthur Rackham. Esta edición es una reedición de la clásica que Juventud viene editando desde hace más de cincuenta años. Yo poseo un ejemplar, que es el que leía de pequeño, de estos mismos cuentos e ilustraciones del año 1968, y es octava edición. La actual edición es igual en todo, conservando incluso el mismo tipo de letra y paginación, aunque han sacrificado la ilustración del árbol con paraguas charlando con el espantapájaros que abría el libro.
Gerda en Finlandia
Rackham aporta ese toque oscuro que aparece en los cuentos y del que carecen las ilustraciones de Pedersen.
Esta edición, por otra parte, contiene cuentos fundamentales del autor, entre los que se encuentran La reina de las nieves y La sirenita, los cuales no aparecen en la edición de Alianza. Son cuentos largos e impactantes, sumamente originales y reconocidos. Del primero no hay versión audiovisual célebre, lo cual seguramente sea de agradecer si pensamos en cómo la pequeña sirenita danesa se transforma en la película de Disney en una bailarina de salsa "bajo el mar". Divertido, sí, pero espurio. Además de relatos habituales en antologías de Andersen, hallamos también cuentos más largos como La sopa de cuelgasalchichas, El viejo Conciliasueños (Ole Cierraojos en la otra edición), el oscuro El compañero de viaje y Los chanclos de la fortuna. Si tuviera que recomendar una antología de Andersen, sería esta sin duda.


Carroll, Lewis, Las aventuras de Alicia, ed. Anaya, Madrid, 1984. Trad., apéndice y notas: Ramón Buckley. Ilustraciones: John Tenniel.
Alice's Adventures in Wonderland, 1865.
Through the Looking-Glass, and What Alice found there, 1871.

Seguramente este sea, junto con El Principito, el relato destinado a lectores infantiles/juveniles más leído por adultos, no solo anglosajones; en España también encontramos bastantes ediciones destinadas a este público adulto, algo inaudito en una novela que, además, no soporta bien las traducciones por sus abundantes juegos de palabras y referencias a la cultura inglesa de la época victoriana.
En el primer libro Alicia cae por el tronco de un árbol a un mundo repleto de animales habladores y naipes personificados gobernado por la caprichosa Reina de Corazones. Alicia lo recorre cambiando de tamaño cada dos por tres, encontrándose con unos animales a los que casi ahoga con su llanto; con el gato de Cheshire, que aparece y desaparece; con la oruga en la seta; con la Duquesa fea; los inolvidables locos de la Liebre de Marzo y el Sombrerero en su eterna hora del té y, por último, con la Falsa Tortuga y el Grifo.
Alicia es llevada de un sitio a otro entre estos estrafalarios personajes, los cuales la abruman con su falta de lógica o, mejor dicho, por su ilógica aplicación de la lógica a todo. Ya hay juegos de palabras y parodias de poemas, canciones y referencias culturales varias de la época. Los personajes cuentan relatos fácilmente olvidables porque son, en cierto modo, anticuentos; narraciones absurdas, sin pies ni cabeza, que juegan además con los dobles sentidos de las palabras (inglesas, claro). El Lirón, por ejemplo, cuenta la historia de tres hermanas que vivían en el fondo un pozo de melaza y solo se dedicaban a dibujar/extraer ("draw") cosas que empiecen por la letra M (-¿Y por qué con la M? -preguntó Alicia. -¿Y por qué no? -saltó la Liebre de Marzo. Alicia se calló) como "Más o Menos lo Mismo" / "mismamente de la misma magnitud" ("much of a muchness"). Sigue el diálogo delirante. Empieza el Lirón: -Por cierto, ¿sabrías tú dibujar Más o Menos lo Mismo? -Pues ahora que lo dice -repuso Alicia un tanto confundida- creo que debe resultar bastante difícil... -Pues entonces... ¡de qué hablas! -repuso con suficiencia el Sombrerero.
La pobre Alicia, única cuerda entre tanta locura, se pasa el libro entre enfadada y atraída, intrigada y curiosa por lo que ve y oye. Quizá por eso se ha tomado como modelo de tantos y tantos libros didácticos. Por ejemplo, el de la imagen de Robert Gilmore sobre física cuántica.
A través del espejo se estructura como una partida de ajedrez en la que Alicia va avanzando por el tablero como peón hasta el final, en que se corona reina. En esta aventura, en la que Alicia sabe que está soñando, o eso cree, se acentúa el nonsense, ese peculiar presurrealismo inglés. Aparecen al menos tres personajes sacados de canciones infantiles: los gemelos Tweedledum y Tweedledee y Humpty Dumpty, el huevo sentado en un estrecho muro. Esta parte del libro les encanta a los lingüistas, especialmente a los semantistas/pragmáticos, por este diálogo: -Cuando yo uso una palabra, esa palabra significa exactamente lo que yo decido que signifique... ni más ni menos. -La cuestión es saber -dijo Alicia- si se puede hacer que las palabras signifiquen cosas diferentes. -La cuestión -zanjó Humpty Dumpty- es saber quién es el que manda.
Lo reproduce David Crystal en su Enciclopedia del lenguaje y, en España, al menos lo emplea la catedrática de Lingüística General Mª Victoria Escandell en su Introducción a la pragmática, que reproduce en sus primeras páginas el diálogo citado. En su novela Un Lun Dun,China Miéville recreará este diálogo, esta vez con Deeba como Alicia y don Parlante como Humpty Dumpty.
Alicia cree que sueña y que todo es objeto de sus sueño; pero los gemelos Tweedledum y Tweedledee son de otra opinión. Según ellos, Alicia está siendo soñada por el Rey Rojo: -Ahora está soñando -dijo Twedledee-. ¿Y en qué crees que sueña? [...] -Sueña contigo [...]. Y si dejara de soñar contigo, ¿dónde crees que estarías? -Pues donde ahora estoy, claro -dijo Alicia. [...] -Si el rey aquí presente se despertara -añadió Twedledum-, te apagarías [...]. Como sabes muy bien, no eres real. -Sí que soy real -dijo Alicia echándose a llorar. El diálogo es de una cierta profundidad y entronca con algunos experimentos literarios de la anterior época romántica y de las  vanguardias posteriores.
Por último, Alicia se encuentra hacia el final del tablero con un caballero parecido a nuestro don Quijote. Alicia, única cuerda en un mundo de locos, es lo opuesto al caballero, único loco en un mundo de cuerdos, aunque esto no siempre es así, ni en Alicia ni en don Quijote, y ambos se complementan bastante bien.
Sin duda, Alicia supera el mundo infantil con creces. Sus niveles de lectura son muchos, desde los más elementales a los más rebuscados. Como siempre, lo mejor es disfrutarlo por uno mismo sin más etiquetas.

Collodi, Carlo, Las aventuras de Pinocho, ed. Alianza, Madrid, 1990. Trad. Mª Esther Benítez Eiroa.
Ilustraciones: Attilio Mussino. Prólogo de Rafael Sánchez Ferlosio.
Le avventure di Pinocchio, 1882.

Leer Pinocho antes o después de ver la película es constatar cuánta diferencia puede existir entre el libro y su adaptación, nunca mejor dicho, cinematográfica de Walt Disney. El libro es una sucesión de episodios-capítulos no del todo inconexos pero sí con bastante autonomía unos de otros. En origen, el libro se fue publicando por entregas durante dos años y, por eso, o por adecuar más el relato a los lectores pequeños a los que se dirige, el autor divide su obra en muchos capítulos, algunos bastante cortos. La película no respeta tanta variedad, centrándose en varios episodios centrales.
Pinocho, que es un niño/muñeco travieso y díscolo, se mete en todos los fregados que puede, ya sea por divertirse, por no ir al colegio, por pelearse, por ser objeto de bromas o ya sea por calmar sus remordimientos. Se suceden los episodios de rebeldía y los de arrepentimiento, anulados por la siguiente travesura de Pinocho, que vuelve a las andadas.
Se interpreta a menudo como una obra moralista, y algo tiene, pero no es empalagoso ni agobiante. El Grillo-parlante, personaje ya prototípico de la voz de la conciencia (al que por cierto no se llama "Pepito Grillo" en ningún momento), aparece en el capítulo IV para decirle un par de cosas a Pinocho, a este no le gustan y se lo carga de un mazazo: El pobre grillo casi no tuvo tiempo para hacer cri-cri-cri, y después se quedó en el sitio, tieso y aplastado contra la pared. Luego, al muñeco lo ayudará el Hada. No obstante, Pinocho sigue haciendo de las suyas y el relato avanza, decía, de este modo: trastada - arrepentimiento - nueva trastada - nuevo arrepentimiento, etc.
Hay al menos dos episodios muy conocidos de Pinocho. El primero, ocurrido en el capítulo XVII es cuando miente al Hada y por esto le crece la nariz (Las hay de dos clases: las mentiras que tienen las patas cortas y las mentiras que tienen la nariz larga). Pocas situaciones literarias han tenido tanto recorrido fuera de un libro como esta, la de decirle a alguien que le va a crecer la nariz por mentir, y que yo sepa es invención de Collodi, al margen de que realmente ocurra y que, efectivamente, se conozca como "efecto Pinocho".
El otro es el de la estancia en el País de los Juguetes, un lugar donde los niños no tienen nada más que hacer que jugar y divertirse de la mañana a la noche. Maravilloso si no fuera porque se convierten en burros. Este episodio ha inspirado al menos otro de los libros comentados en este blog: El ladrón de días, de Clive Barker.
Pinocho es un libro que merece la pena conocer. No solo por sus cualidades intrínsecas, sino también por lo que han dado de sí ciertos pasajes.
Por último, el prólogo de Rafael Sánchez Ferlosio poniendo a parir la obra (él, que tanto debe a la narrativa italiana fantástica para niños) y la nota preliminar de la traductora, Mª Esther Benítez, diciendo que si alguien consiguió hacernos desagradable la figura de Pinocho, fue Disney; con su almibarada fantasía y su omnipresente sadismo, toda figura de la literatura infantil que tocó Walt Disney quedó corrompida para siempre en la mente de los niños que la sufrieron, no tienen desperdicio. Desde luego, si alguien sigue leyendo el libro después de esas presentaciones, es que está verdaderamente interesado en ello.


Baum, L. Frank, El mago de Oz, ed. Alfaguara, Madrid, 1982. Trad. Gerardo Espinosa. Ilustraciones: W. W. Denslow.
The Wonderful Wizard of Oz, 1900.

Esta edición incluye al final un valioso prólogo de Martin Gardner en el que enumera los libros y productos asociados a Oz. Baum escribió en total catorce libros sobre Oz, este incluido. De las tres películas que reseña, dos son mudas, de 1910 y 1925 y la tercera es la maravillosa obra dirigida por Victor Fleming y protagonizada por Judy Garland, de 1939, que perdura en la memoria de todos los que la hayan visto. Como las película es ligeramente distinta al libro, resumiré su acción, aunque sea de sobra conocida.
El libro puede dividirse en tres partes. La primera: un ciclón se lleva la casa de Dorothy por los aires con ella y su perro Toto dentro. Aterrizan sobre la Malvada Bruja del Este, de la que solo se conservan sus zapatos de plata (en la peli son rojos), los cuales se queda Dorothy. Los habitantes del país de los Mascones le aconsejan ir a la Ciudad Esmeralda a ver al poderoso mago para que diga a Dorothy cómo volver a Kansas con sus tíos. La niña, que va a la ciudad siguiendo un camino de baldosas doradas (Follow the Yellow Brick Road le cantan en la peli), forma una pequeña comitiva en su camino. Se encuentra primero con un Espantapájaros que quiere sesos, luego con un Leñador de hojalata que quiere un corazón y por último, con un León que quiere valentía. Yendo hacia la Ciudad Esmeralda les suceden contratiempos: deben salvar un par de barrancos, enfrentarse a los Kadilahs (mitad oso, mitad tigre), vadear un ancho río y vencer el sueño de las letales amapolas. En todas estas aventuras el Espantapájaros aplicará su sabiduría y prudencia; el Leñador su sensibilidad y el León su coraje. Curiosamente, la que menos evolucionará será Dorothy.
Segunda parte: llegan a la Ciudad Esmeralda, piden audiencia al mago y aquí hay que tener en cuenta que en el libro, a diferencia de la película, se produce el encuentro con el mago hacia la mitad del relato. El mago les promete ayuda a todos si estos acaban con la Malvada Bruja del Oeste.
En la sección central, Dorothy y sus amigos van al Oeste. Son capturados por los Monos Alados que envía la Bruja, esta los esclaviza, la niña logra acabar con la bruja, vuelven a la Ciudad Esmeralda y descubren que, en realidad, el mago es un señor de Omaha. Supongo que se referirá a la ciudad más populosa de Nebraska (hay cuatro Omahas en EE.UU)... A partir de ahí, el mago pasa a ser llamado el "Gran Farsante". No obstante, ayudará a los amigos: proporcionará sesos al Espantapájaros, corazón al Leñador, valentía al León y ayudará a Dorothy a volver a casa en un globo que hacen ellos mismos. Pero la niña se entretiene por culpa del perro y se queda allí.
Este es un momento narrativo interesante, ya que se produce un anticlímax importante: desaparece el mago de Oz y Dorothy es la única que se queda varada. Acabaría mal, o regular, si finalizara aquí (final distélico o atélico, que se llama en teoría narrativa). Pero la historia continúa.
En la tercera parte, la niña y sus amigos se dirigen hacia el sur para pedir ayuda a la Buena Bruja del Sur, Glinda. Por el camino atraviesan "el delicado país de porcelana" y el de los Cabezudos. El León se convierte en rey de los animales y, por último, Glenda ayuda a Dorothy a regresar a su casa gracias a los zapatos de plata. Este final también es distinto al de la película, ya que en el libro la niña sí que ha estado fuera todo el tiempo y regresa. En la película lo arreglan todo con el socorrido recurso del sueño.
Es un libro que seguramente guste a cualquier niño por sus aventuras y emociones en juego. Yo diría que su trasfondo es menor que el de otros relatos comentados aquí; pero sí puede destacarse el mensaje del "ayúdate a ti mismo". Existe ayuda externa, y sobrenatural (al fin y al cabo es un "cuento de hadas"); pero es escasa y casi de placebo. Prácticamente todo lo que resuelven Dorothy y sus compañeros es por ellos mismos, gracias a su esfuerzo y su trabajo. Este mensaje, como todos, puede leerse en clave política y relacionarse con la cultura del esfuerzo y del capitalismo estadounidense. Más allá de esto, a muchos niños y adultos les viene bien este "baño de realidad" y cultura del propio trabajo. También destaca el tema de la diferencia entre realidad y apariencia y cómo esta es manipulable y engañosa. Por lo demás, el libro es muy agradable de leer y la película es, a su manera, una joya.

Barrie, James M., Peter Pan y Wendy, ed. Valdemar, Madrid, 2001. Trad. Mauro Armiño.
Ilustraciones: Arthur Rackham, Mabel Lucie Attwell, Flora White, F, D, Bedford.
Peter Pan and Wendy, 1904-1911.

Peter Pan es el único niño que no ha crecido nunca, que vive siempre en ese paraíso perdido de la infancia feliz y despreocupada; el único que ha logrado detener el tiempo. No solo eso, sino que además vuela, es amigo de las hadas, combate contra los piratas y lo adoran los pieles rojas. El libro narra parte de las aventuras que vive en su isla, Nunca Jamás, en compañía de tres niños que disfrutarán durante un tiempo de esa mágica parada del reloj y de esos poderes: los hermanos Darling: Wendy, John y Michael. Los niños gozarán una escapada de ida y vuelta a la isla y luego crecerán y olvidarán a Peter, como hacemos todos. Todos menos Wendy. Porque la desgracia que anuncia la novela en su primera página y en su primer párrafo es que Los dos años son el principio del fin. ¡Y nosotros quejándonos desde los treinta!
Capitán Garfio, de F. D.  Bedford
Leído de niño o joven, Peter Pan seduce por sus aventuras, por los niños perdidos que viven en un hogar bajo tierra y vuelan, por los piratas, las sirenas, las hadas, los pieles rojas, el cocodrilo que se tragó un reloj y las luchas vertiginosas. Leído de mayor, todo eso permanece, pero llama la atención ese lúdico presurrealismo inglés que convierte a un perro, Nana, en una niñera con su paga y sus días libres, con más sentido común que los humanos, y que hace que el señor Darling se mude a la caseta de ese perro, de Nana, y se haga llevar a su trabajo dentro de ella, rodeado de admiradores y curiosos. Una escena esta más propia de un programa de televisión actual que de un cuento victoriano (o eduardino o jorgino). También llama la atención la tremenda violencia de sus páginas: las luchas son a muerte, hay mutilaciones y Campanilla intenta matar a Wendy casi desde el principio por celos. Esto no aparecería en una novela infantil actual. Tampoco el papel de Wendy, una niña que ejerce de madre desde el principio; cocina, zurce, envía a la cama, limpia y se ocupa de todas las "tareas femeninas". El sexismo es atroz. Pero una obra literaria no es solo hija de su autor, sino también de su época. Como dije a propósito de Las aventuras del Barón de Münchhausen, una de las muchas lecturas que admite el libro es la del cambio de costumbres operado en un siglo. Pero seguro que no es esa la mejor lectura. Lo mejor es aprovechar la oportunidad que Barrie dio a los Darling de parar el tiempo y retroceder nosotros también a nuestra infancia; ser los niños y Peter por un momento, el que dura la lectura de esta obra. Luego, volveremos a nuestras vidas crecidas como volvieron los niños perdidos a las suyas. Leemos en el último capítulo: Podéis ver a los Gemelos, a Nibs, a Curly, dirigiéndose todos los días a la oficina [...]. Michael es maquinista [...]. Y ese barbudo incapaz de contar la menor historia a sus hijos fue John en otro tiempo. El cuento acaba así, para ellos y para todos. Pero Peter siempre nos espera si creemos en él y no lo olvidamos. Es triste que en la última página Wendy sea ya una abuela de pelo blanco, pero Peter volverá a por su nieta y así seguirá siendo por los tiempos de los tiempos, mientras los niños sean alegres, inocentes y sin corazón.

Grahame, Kenneth, El viento en los sauces, ed. Anaya, Madrid, 1983. Trad. Lourdes Huanqui. Ilustraciones: Harry Hargreaves. Apéndice y notas: Jeremy Baker.
The Wind in the Willows, 1908.

El protagonista de uno de los más terroríficos cuentos de H. P. Lovecraft es el joven heredero de una mansión en la que no dejan de ocurrir extraños fenómenos (olores, ruidos, una "presencia", desapariciones misteriosas, etc.). El personaje, sumido en ese ambiente ominoso, solo puede conciliar el sueño leyendo por las noches El viento entre los sauces. Este libro posee un efecto enervante, tranquilizador, debido a sus continuas referencias al hogar de cada uno como su refugio sagrado, a la naturaleza edénica y a la práctica real de la amistad entre los personajes. El Topo, la Rata, el Tejón, la Nutria y el Sapo siempre están dispuestos a ayudarse unos a otros en la adversidad y a pasárselo bien juntos en los buenos tiempos (la primavera y el verano). Nada malo puede suceder a unos amigos tan unidos, y menos en su bosque y su río.
Podría parecer un libro un poco soso, carente de acción, por sus primeros capítulos, muy descriptivos; pero el autor supo estructurar muy bien su relato alternando estos episodios de la naturaleza en sus diferentes estaciones con otros capítulos de acción protagonizados casi todos por el Sapo, entrañable personaje que pasa en segundos del arrepentimiento a la fanfarronería. La parte central de la novela la ocupa el relato de cómo el Sapo descubre su pasión por los automóviles y circula como un loco por los caminos. Sus amigos lo recluyen en casa para evitar males mayores, pero él escapa y roba un coche. Lo pillan y encarcelan, pero la hija del carcelero le ayuda a huir disfrazado de lavandera. Mientras regresa a su casa, se arrepiente a ratos y a ratos también vuelve a las andadas. Engaña a todo el que puede y le pierde su genio, que a punto está de hacerle regresar a prisión... La narración de las aventuras del Sapo es magnífica: su tipo, sátira de la clase social alta inglesa de la época, lo borda Grahame y las acciones son verdaderamente hilarantes por momentos.
El relato de la huida y regreso de Sapo enmarca el capítulo "El flautista en el umbral del alba", sobre la búsqueda del hijo de la Nutria. La Rata y el Topo lo encuentran en compañía del dios Pan en una isla "bordeada de sauces" en el río. Este pasaje nos ofrece la clave del título. El viento es el de Pan, la brisa del amanecer que transporta su melodía de flauta a toda la naturaleza inmaculada, salvaje, no humana. La Arcadia en la Inglaterra victoriana: ese es el ideal del libro, el que le da su sentido. Y si eso puede darse en ese lugar y época, puede darse en todos los que elija el lector. Al aterrorizado personaje de Lovecraft lo trasladaba a la Arcadia, el Edén pagano, lo mismo que puede trasladar a cualquiera que aproveche su tiempo en leer o releer esta obra de arte.


Jiménez, Juan Ramón, Platero y yo (1914), ed. Aguilar, 1967. Ilustraciones de Rafael Munoa.

Cumplirá 101 años en diciembre de 2015, una edad temprana para una obra literaria, y ya es el tercer libro más traducido del mundo, por detrás de la Biblia y el Quijote. Su autor no lo concibió específicamente para niños. De hecho, quien haya leído sus "libros amarillos", sea directamente, en antologías o en ese maravilloso tesoro tardío de Leyenda, encontrará bastantes similitudes entre esos poemas, repletos de jardines, flores, nubes, mariposas de colores, pinares, dehesas y naturaleza en general con los capitulillos de Platero. El primero, por cierto, lo conocemos generaciones y generaciones de españoles, yo diría que de memoria o casi: Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no tiene huesos... En Platero, se lea en versiones cortas o completas, encontramos de todo. Lo que menos, narración, y hay que tenerlo en cuenta para no decepcionar al lector que busque aventuras en él: no las hay. Lo que más: descripciones poéticas de la naturaleza moguereña y de sentimientos asociados a ella. Pero también menudean las reflexiones. Algunas, "para niños" o "para todas las edades", más o menos. Leemos en "El canario se muere": Platero, ¿habrá un paraíso de los pájaros? ¿Habrá un vergel verde sobre el cielo azul, todo en flor de rosales áureos, con almas de pájaros blancos, rosas, celestes, amarillos? (A mí me recuerda ese pasaje del Eclesiastés, 3:21: "¿Quién sabe si el aliento del hombre sube hacia arriba y el aliento del animal baja a la tierra?"). Otras, no tan para niños, e intercaladas en el texto como microcríticas literarias. En ese mismo capítulo: "Se ha muerto porque sí", diría Campoamor, otro canario viejo... O recordando nada menos que versos de Shakespeare: En "Antonia": O happy horse, to bear the weight of Antony!
A los aficionados como yo a la obra ramoniana, tan extensa, les puede divertir encontrar referencias reales a los capítulos de Platero. En Por el cristal amarillo, otro de sus inigualables libros de prosa poética, leemos, capítulo 27, el origen de El canario se muere. En ambos hay referencias a los locos y la locura, etc. Pero no hace falta recorrer la obra de JRJ para disfrutar de la lectura de Platero. Es sencillo y claro, además de una preciosa joya disfrutable por cualquiera y a cualquier edad.


Saint-Exupéry, Antoine de, El Principito, ed. Palabra, México, c. 2000. Trad. ¿Georgina Greenham? Ilustraciones del autor.
Le Petit Prince, 1943.

Un piloto cuenta en pasado su accidente de avioneta en el desierto del Sahara. Allí se encuentra con un extraño niño, el principito, que le hace compañía mientras arregla el motor. El principito viene de un pequeño astro, el asteroide B 612. Allí no tiene más compañía que una rosa de la que se ha enamorado y se dedica a las sencillas tareas de protegerla, deshollinar los volcanes, limpiar el suelo de brotes de baobab y ver anochecer cuantas veces quiera. El niño, de visita por los asteroides 325 a 330 se encuentra con que cada uno de ellos está habitado por un hombre, representante de un  tipo humano. Estos son: un rey necesitado de súbditos, un vanidoso sin aduladores, un borracho atrapado en su vicio, un hombre de negocios que solo mira el dinero, un farolero (clase trabajadora sin tiempo para descansar) y un geógrafo que no sale de su despacho nunca: el sabio en su torre de marfil.
C. Powell en flickr
Además de estas experiencias, ya en la Tierra el principito aprende y enseña al piloto unas cuantas sencillas lecciones olvidadas por las personas al crecer, como el valor de la amistad / amor gracias a un zorro que le dijo al principito: Mi vida es monótona [...]. Pero si tú me domesticas, mi vida se llenará de sol [...]. Solo se conocen las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los comerciantes. Y como no existen comerciantes amigos, los hombres ya no tienen amigos. El resumen lo aclara después: Solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. Ese parece ser uno de los principales mensajes de la novela. La búsqueda de la sencillez es otro derviado de este. Dice el adulto: Cuando era niño, las luces del árbol de Navidad, la música de la misa de medianoche, la dulzura de las sonrisas formaban todo el resplandor del regalo de Navidad que yo recibía. -En tu tierra -dijo el principito- los hombres cultivan cinco mil rosas en un jardín... y no encuentran lo que buscan. -No lo encuentran... -respondí. -Y pensar que lo que buscan podría encontrarse en una sola rosa o en un poco de agua... -Seguramente -respondí.
Es posible que esta filosfía naif, bella, trascendente; este canto a los sentimientos sobre lo utilitario y al placer de la belleza, la contemplación y el amor sobre la soberbia; del agua sobre el vino, por usar imágenes del libro, sea lo que ha cautivado a tantos y tantos lectores de esta obrita, leída tanto por niños como por
adultos.
Por otra parte, este es un hermoso relato que, como Alicia, debe fascinar a cierta clase de lingüistas, porque se ha traducido a infinidad de lenguas y hablas. Puede verse en este curioso sitio. Dentro de España, destacan algunas tan singulares como el mirandés, valenciano, extremeño "estándar" y fala de Xálima, ¡ladino judeoespañol!, aranés o astur-leonés varios. Por no hablar de egipcio antiguo, alemán medieval, latín o sánscrito. Desde luego, el que no lo lee en "su" lengua es porque no quiere.

The Little Prince, de Rinian en Deviant Art